Cuentos y recopiladores
La niña lista (recopilador: Afanásiev)
Dos hermanos marchaban juntos por el mismo camino. Uno de ellos era pobre y montaba una yegua; el otro, que era rico, iba montado sobre un caballo. Se pararon para pasar la noche en una posada y dejaron sus monturas en el corral. Mientras todos dormían, la yegua del pobre tuvo un potro, que rodó hasta debajo del carro del rico. Por la mañana el rico despertó a su hermano, diciéndole:
―Levántate y mira. Mi carro ha tenido un potro.
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El pobre se levantó, y al ver lo ocurrido exclamó:
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―Eso no puede ser. ¿Dónde se ha visto que de un carro pueda nacer un potro? El potro es de mi yegua.
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El rico le repuso:
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―Si lo hubiese parido tu yegua, estaría a su lado y no debajo de mi carro.
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Así discutieron largo tiempo y al fin se dirigieron al tribunal. El rico sobornaba a los jueces dándoles dinero, y el pobre se apoyaba solamente en la razón y en la justicia de su causa. Tanto se enredó el pleito, que llegaron hasta el mismo zar, quien mandó llamar a los dos hermanos y les propuso cuatro enigmas:
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―¿Qué es en el mundo lo más fuerte y rápido?
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―¿Qué es lo más gordo y nutritivo?
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―¿Qué es lo más blando y suave?
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―¿Qué es lo más agradable?
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Y les dio tres días de plazo para acertar las respuestas, añadiendo:
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―El cuarto día vengan a darme la contestación.
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El rico reflexionó un poco y, acordándose de su comadre, se dirigió a su casa para pedirle consejo. Ésta le hizo sentar a la mesa, convidándolo a comer, y, entretanto, le preguntó:
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―¿Por qué estás tan preocupado, compadre?
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―Porque el zar me ha dado para resolver cuatro enigmas un plazo de tres días.
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―¿Y qué enigmas son?
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―El primero, qué es en el mundo lo más fuerte y rápido.
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―¡Vaya un enigma! Mi marido tiene una yegua torda que no hay nada más rápido; sin castigarla con el látigo alcanza a las mismas liebres.
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―El segundo enigma es: ¿Qué es lo más gordo y nutritivo?
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―Nosotros tenemos un cerdo al que estamos cebando hace ya dos años, y se ha puesto tan gordo que no puede tenerse de pie.
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―El tercer enigma es: ¿Qué es lo más blando y suave?
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―Claro que el lecho de plumas. ¿Qué puede haber más blando y suave?
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―El último enigma es el siguiente: ¿Qué es lo más agradable?
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―¡Lo más agradable es mi nieto Ivanuchka!
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―Muchas gracias, comadre. Me has sacado de un gran apuro; nunca olvidaré tu amabilidad.
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Entretanto el hermano pobre se fue a su casa vertiendo amargas lágrimas. Salió a su encuentro su hija, una niña de siete años, y le preguntó:
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―¿Por qué suspiras tanto y lloras con tal desconsuelo, querido padre?
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―¿Cómo quieres que no llore cuando el zar me ha propuesto cuatro enigmas que ni siquiera en toda mi vida podría adivinar y debo contestarle dentro de tres días?
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―Dime cuáles son.
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―Pues son los siguientes, hijita mía: ¿Qué es en el mundo lo más fuerte y rápido? ¿Qué es lo más gordo y nutritivo? ¿Qué lo más blando y suave? ¿Qué lo más agradable?
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―Tranquilízate, padre. Ve a ver al zar y dile: "Lo más fuerte y rápido es el viento. Lo más gordo y nutritivo, la tierra, pues alimenta a todo lo que nace y vive. Lo más blando, la mano: el hombre, al acostarse, siempre la pone debajo de la cabeza a pesar de toda la blandura del lecho; y ¿qué cosa hay más agradable que el sueño?".
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Los dos hermanos se presentaron ante el zar, y éste, después de haberlos escuchado, preguntó al pobre:
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―¿Has resuelto tú mismo los enigmas o te ha dicho alguien las respuestas?
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El pobre contestó:
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―Majestad, tengo una niña de siete años que es la que me ha dicho la solución de tus enigmas.
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―Si tu hija es tan lista, dale este hilo de seda para que me teja una toalla con dibujos para mañana.
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El campesino tomó el hilo de seda y volvió a su casa más triste que antes.
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―¡Dios mío, qué desgracia! ―dijo a la niña―. El zar ha ordenado que le tejas de este hilo una toalla.
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―No te apures, padre ―le contestó la chica.
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Sacó una astilla del palo de la escoba y se la dio a su padre, diciéndole:
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―Ve a palacio y dile al zar que busque un carpintero que de esta varita me haga un telar para tejer la toalla.
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El campesino llevó la astilla al zar, repitiéndole las palabras de su hija. El zar le dio ciento cincuenta huevos, añadiendo:
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―Dale estos huevos a tu hija para que los empolle y me traiga mañana ciento cincuenta pollos.
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El campesino volvió a su casa muy apurado.
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―¡Oh, hijita! Hemos salido de un apuro para entrar en otro.
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―No te entristezcas, padre ―dijo la niña―.
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Tomó los huevos y se los guardó para comérselos, y al padre lo envió otra vez al palacio:
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―Di al zar que para alimentar a los pollos necesito tener mijo de un día; hay, pues, que labrar el campo, sembrar el mijo, recogerlo y trillarlo, y todo esto debe ser hecho en un solo día, porque los pollos no podrán comer otro mijo.
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El zar escuchó con atención la respuesta y dijo al campesino:
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―Ya que tu hija es tan lista, dile que se presente aquí; pero que no venga ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida; sin traerme regalo, pero tampoco con las manos vacías.
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"Esta vez ―pensó el campesino― mi hija no podrá resolver tantas dificultades. Llegó la hora de nuestra perdición".
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―No te apures, padre ―le dijo su hija cuando llegó a casa y le contó lo sucedido―. Busca un cazador, cómprale una liebre y una codorniz vivas y tráemelas aquí.
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El padre salió, compró una liebre y una codorniz y las llevó a su casa. Al día siguiente, por la mañana, la niña se desnudó, se cubrió el cuerpo con una red, tomó en la mano la codorniz, se sentó en el lomo de la liebre y se dirigió al palacio. El zar salió a su encuentro a la puerta y la niña lo saludó, diciendo:
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―¡Aquí tienes, señor, mi regalo!
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Y le presentó la codorniz. El zar alargó la mano; pero en el momento de ir a cogerla echó a volar aquélla.
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―Está bien ―dijo el zar―. Lo has hecho todo según te había ordenado. Dime ahora: tu padre es pobre, ¿cómo viven y con qué se alimentan?
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―Mi padre pesca en la arena de la orilla del mar, sin poner cebo, y yo recojo los peces en mi falda y hago sopa con ellos.
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―¡Qué tonta eres! ¿Dónde has visto que los peces vivan en la arena de la orilla? Los peces están en el agua.
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―¿Crees que eres más listo tú? ¿Dónde has visto que de un carro pudiera nacer un potro?
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―Tienes razón -dijo el zar, y adjudicó el potro al pobre.
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En cuanto a la niña, la hizo educar en su palacio, y cuando fue mayor se casó con ella, haciéndola zarina.