Cuentos y recopiladores
La tragedia de las rosas (La bella y la bestia china)
La tragedia de las rosas
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En la región de Sü vivía un leñador con sus tres hijas Su vida era muy feliz, pero le apenaba que ninguna de ellas se hubiera casado todavía.
-No te preocupes -le consolaba la más pequeña. Pronto mis hermanas encontrarán al hombre de sus sueños. Entonces también yo podré darte nietos.
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El leñador sonreía, emocionado. Pero el tiempo pasaba y nadie venía a pedir su mano. La pena del leñador se hacía cada vez mayor.
-¿Lo ves? -reñían las otras hermanas a la más pequeña. Si no le hubieras llenado de ilusiones la cabeza, ahora no estaría tan triste.
-Pero, ¿es que habéis perdido la esperanza? El mayor deber de una hija es dar descendencia a sus padres -decía la muchacha, volviendo a sus juegos.
En realidad, no parecía hermana suya. Era bellísima y se distinguía por su carácter dulce y tierno. Quizá por ello su padre la amaba más que a las otras.
Un día el leñador se marchó a un bosque lejano a cortar madera. Pensaba pasar varios días fuera de casa y, al partir, preguntó a sus hijas:
-¿Qué queréis que os traiga?
Las dos hermanas mayores se pusieron a murmurar:
-¿Qué hay de especial en un bosque? Todos son iguales. Lo único que tenemos que hacer es abrir la puerta y coger lo que nos dé la gana.
Pero la más pequeña se puso loca de contento y dijo a su padre:
-Tráeme rosas. Las de aquí son muy pequeñas y se marchitan en seguida.
El leñador sonrió complacido. Pero en el bosque lejano tampoco había rosas. Lo recorrió de cabo a rabo y no pudo encontrar ni una sola flor. Cansado de tanto caminar, se sentó al lado de una fuente. Se inclinó para beber agua y, ¡oh, sorpresa!, en un pequeño agujero vio tres rosas. Eran hermosísimas y su perfume embriagaba el corazón. El leñador extendió la mano y las cortó.
-¿Quién te ha dado permiso para coger mis flores? -oyó que decía una voz ronca detrás de él-. El leñador volvió la cabeza y sólo pudo decir: -Yo...
El que le hablaba era un personaje siniestro: todo su cuerpo estaba cubierto de escamas. Su boca era enorme, pero sus pies y sus manos tan pequeños como un capullo de cerezo.
-¿Es que nunca has visto a una serpiente que pueda transformarse en hombre? -preguntó en tono burlón- ¿Para quién has cortado esas
rosas?
El leñador recobró un poco el aliento y respondió:
-Para mi madre, por supuesto. Le encantan las rosas.
El hombre-serpiente soltó la carcajada. Sus dientes eran afilados y desiguales como los de un pez.
-¿Y tú quieres que yo me crea ese embuste? ¡Para tu madre! Eres más viejo que una encina y todavía pretendes tener madre. ¿Por quién me has tomado?
El leñador bajó, avergonzado, la vista.
-Perdóname. Te he mentido. La verdad es que no sé por qué lo he hecho. Esas rosas son para mi mujer.
El hombre-serpiente le miró las arrugas de la cara con detenimiento. Después volvió la cabeza y dijo:
-Tu esposa murió hace más de diez años -le dijo volviendo la cabeza. Lo llevas escrito en tu rostro. Hay demasiada tristeza en la comisura de tus ojos. ¿Acaso piensas que no puedo leer el corazón?
El leñador le confesó entonces la verdad: -Son para mis hijas. Las pobres sueñan con vestidos de seda, pero yo sólo puedo ofrecerles rosas.
El hombre-serpiente sonrió y su sonrisa era fría como la escarcha.
-Por haber cogido lo que no es tuyo -dijo en tono solemne, me casaré con una de tus hijas. Si no lo hacen, te mataré -y desapareció entre la maleza.
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El leñador se puso muy triste porque no quería que ninguna de sus hijas compartiera su vida con un monstruo.
-¡Por supuesto que yo no acepto! -dijo la mayor. Las culebras tienen la sangre fría y su amor es como el invierno.
-Comparto totalmente tu opinión -afirmó la segunda. Prefiero quedarme soltera para siempre.
Pero la más pequeña, que amaba tiernamente a su padre, le dijo:
-Yo no quiero que mueras. Me casaré con el hombre serpiente.
-¡No, no! -protestó el leñador. Tu vida es aún larga y la mía está a punto de terminar.
La joven le consoló diciendo:
-El amor es siempre hermoso. Si ese monstruo es capaz de amar, su rostro será tan bello como los pétalos de las flores.
A la mañana siguiente el leñador partió hacia la fuente con su hija. Vestía galas de novia, pero en su corazón no florecía la felicidad.
El leñador tiró una piedra al agua y gritó: -iHombre-serpiente, aquí te traigo a la más hermosa de mis hijas!
Al punto sacó la bestia la cabeza -¿Por qué has tirado una piedra? ¿Quieres volverme sordo? Cuando desees hablar conmigo, llama a mi puerta con una gota de agua.
En cuanto vio a la joven se olvidó del leñador. La tomó de la mano y desaparecieron en seguida por el agujero.
-No tengas miedo -le susurró al oído. Esto no es más que una entrada. Ya lo verás.
Cuando llegaron a la otra parte, los ojos de la muchacha se iluminaron. Allí había otro mundo. Las flores crecían por doquier y se oían los trinos de diez mil pájaros.
-¿Cómo es posible? -preguntó, asombrada.
Y, al volver, vio que el hombre-serpiente era, en realidad, un joven apuesto. La miraba con ojos tan cargados de amor que su corazón se hizo perfume de sándalo.
-¿De qué te extrañas? -le preguntó con ternura. Este es mi reino y tú eres su única princesa.
Entonces el hombre-serpiente la llevó a un palacio que se elevaba sobre un altozano. Allí estaban encerradas todas las riquezas del mundo. Sus muebles eran de oro y la plata relucía por todas partes.
-¡Y pensar que mi padre se está muriendo de pena, porque cree que me he desposado con un monstruo! -suspiró la muchacha.
El hombre-serpiente sonrió y dijo: -No te preocupes. Dentro de tres días tu padre vendrá a verte y será tan feliz como tú ahora.
Así fue. El leñador recorrió todas las dependencias del palacio. Su asombro era tan grande que no pudo decir ni una sola palabra. Cuando se despidió de su hija, sus ojos brillaban como el amanecer.
-Es increíble que no te haya devorado la bestia -dijeron sus otras dos hijas al verle. Creíamos que no ibas a volver y nos hemos repartido la herencia.
-No importa -respondió el leñador. Todo lo mío es vuestro.
Y les contó lo que había visto en el reino del hombre-serpiente.
-Puedes volverte a él en seguida, porque aquí ya no te pertenece nada -gruñó la hermana mayor.
Pero la segunda, que era la más malvada, sonrió, zalamera, y dijo:
-Puedes quedarte con mi parte. Al fin y al cabo eres mi padre... ¿Y qué hay que hacer para entrar en ese mundo maravilloso?
-Nada. Golpear con una gota el agua de la fuente. Eso es todo -respondió el leñador.
A la mañana siguiente la hermana segunda se dirigió hacia la fuente e hizo cuanto le había dicho su padre. La esposa del hombre-serpiente la recibió con los brazos abiertos.
-¿Y todo esto es tuyo? -preguntó, al ver el oro, la plata y la seda.
La hermana pequeña afirmó con la cabeza.
-¡Qué vestido tan maravilloso! -se asombró la perversa hermana segunda. Siempre he soñado con tener uno como el que llevas ahora puesto.
La esposa del hombre-serpiente se lo quitó y se lo regaló.
-Debo estar hermosísima con él -dijo la hermana segunda. ¡Lástima que en este palacio no haya ningún espejo! ¿Por qué no bajamos al lago que hay detrás del palacio? Sus aguas son tan cristalinas que me podré ver en ellas sin ninguna dificultad.
Pero, cuando llegaron a la orilla, dio un empujón a su hermana y, como no sabía nadar, se ahogó. Por la noche, el hombre-serpiente encontró algo raro en su esposa. La miró con detenimiento, pero no sabía decir qué era. Por fin, le preguntó:
-¿Eres tú la misma que has traído la felicidad a este reino?
La hermana segunda sonrió, coqueta, y respondió:
-¡Por supuesto que sí! ¿Por qué lo dudas? ¿No ves mis vestidos?
-Sí, son los mismos -pero la duda se le quedó clavada en el corazón.
Cuando estaban cenando, vino un pájaro de cristal y se puso a cantar sobre una rama, diciendo:
-Chiú-chiú, chiú-chiú. Las sedas son idénticas, pero el corazón no. Chiú-chiú, chiú-chiú.
-¿Qué es lo que canta ese pájaro? -preguntó, sobresaltado, el hombre-serpiente.
-Nada. No le hagas caso -respondió la hermana segunda. Son sólo locuras de quien siempre ve la vida desde la altura.
Pero el pájaro se posó sobre el hombro del príncipe-serpiente y continuó cantando lo mismo. A la mañana siguiente la hermana segunda le
cazó y le mató.
-Creías que ibas a poder burlarte de mí, ¿eh? Nadie que vaya con ese cuento a mi esposo puede vivir para volver a contarlo.
Y, como hacía mucho tiempo que no probaba pajaritos, se lo comió. Pero olvidó que era de cristal y a las dos horas ella misma se murió.
Cuando regresó el hombre-serpiente se puso muy triste.
-¿Es que este reino fue creado solamente para mí? se preguntaba, llorando.
Después tomó el cuerpo de la hermana segunda y la sepultó en el lago. Como aquel reino estaba bajo una fuente, no podía cavarse en su tierra.
-Te deposito en este espejo -dijo el hombre-serpiente para seguir mirándome en tus ojos -y no volvió a separarse de la orilla del lago.
A los tres días crecieron dentro del agua una rosa y una planta maligna. La planta era trepadora y parecía como si quisiera asfixiar a la rosa.
Entonces un pájaro de cristal se posó sobre la cabeza del hombre-serpiente y cantó, diciendo:
-Chiú-chiú. Las dos crecen en el agua, pero la más bella es la auténtica.
El hombre-serpiente arrancó la planta maligna y mimó a la rosa. Ya no volvió a quejarse de su soledad, porque sabía quién era aquella flor.
-Con tres rosas la compré. ¿No es natural que quiera seguir a mi lado siendo rosa?
Y jamás abandonó su reino bajo la fuente.
(En Cuentos maravillosos de la antigua China, 2005, Madrid, Anaya, Oberon p. 185. Y en García Carcedo 2022)
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